Dr. Juan Antonio Sordá
por el Dr. Jorge Daruich

Juan Antonio S., Maestro de la Hepatología, se graduó como médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y, años más tarde, obtuvo los títulos de especialista en Medicina Legal, Gastroenterología y Hepatología —este último en 2013, cuando la especialidad fue oficialmente reconocida por el Ministerio de Salud. Su tesis doctoral de 1999, “Historia natural y factores pronósticos de la cirrosis biliar primaria”, calificada como sobresaliente, sigue siendo aún hoy una brújula para colegas y discípulos, por la claridad y profundidad con la que iluminó un campo complejo.
Su vida médica y académica se forjó en el Hospital de Clínicas José de San Martín, donde tuvo el privilegio —y también la exigencia— de formarse con maestros como Burucúa, Fustinoni, Castellanos, Mosso, Lerman, Pérgola y Perossio. Ellos le transmitieron no solo conocimientos, sino una manera de estar frente al paciente, frente al saber y frente al otro. Por eso, cuando Juan analiza un caso clínico complejo, quienes lo escuchamos no aprendemos solo medicina: aprendemos a pensar con sensibilidad, con precisión y con respeto.
Su formación en Hepatología la realizó junto a Jorge Findor, otro gran Maestro, con quien trabajó hombro a hombro recorriendo todo el territorio de la especialidad: enfermedades autoinmunes, virales, metabólicas, hereditarias y oncológicas. Esa experiencia vasta y profunda es la que hoy nos permite llamarlo, sin exageración alguna, un “hepatólogo todo terreno”: competente, curioso, incansable y siempre dispuesto a ir un paso más allá.
Su amor por la docencia y la investigación lo llevó a convertirse en un referente indiscutido en Hepatitis Autoinmune y Colangitis Biliar Primaria (CBP). Su línea de investigación con Bezafibrato —que inició hace más de 25 años— marcó un camino reconocido y referenciado por otros autores de prestigio mundial. En los últimos años, su inquietud intelectual lo llevó a incorporar nuevos horizontes: la microbiota, la infección por Clostridioides difficile y el trasplante de materia fecal, áreas en las que nuevamente se convirtió en voz autorizada y pionera.
Su producción científica impresiona, pero sobre todo inspira: más de 140 artículos en revistas internacionales con revisión de pares, más de 30 capítulos de libros, y presentaciones en congresos de toda América y Europa.
Como académico alcanzó los cargos de Profesor Regular Asociado de Gastroenterología y Profesor Regular Adjunto de Medicina Interna. Fue Jefe del Servicio de Gastroenterología del querido Hospital de Clínicas, donde formó a generaciones enteras de residentes y fellows, que hoy lo recuerdan como un maestro exigente, generoso y profundamente humano. Diseñó el programa de Hepatología que la Facultad de Medicina terminó aprobando, hito que luego permitió —desde la Sociedad Argentina de Hepatología, de la que fue Presidente— que la especialidad fuera promulgada por el Ministerio de Salud. Su huella institucional es, también, un legado perdurable.
Su amor por la medicina lo transmitió a su hijo, Juan Antonio, hoy un destacado imagenólogo, quizá el homenaje más íntimo y profundo que puede dejar un médico a su familia.
Pero Juan no es solo su obra profesional: es, también, una persona de pasiones intensas y compartidas. Viajero entusiasta, planifica cada detalle con dedicación: el auto justo, el restaurante imperdible, el hotel acogedor y, sobre todo, ese rincón del mundo donde vale la pena detenerse a contemplar. Y ahí está él, cámara en mano, capturando un instante que después nos regala en forma de fotografía, como quien comparte un pedazo del propio asombro.
Su amor por la música es otra puerta a su mundo interior. Melómano y audiófilo, guarda más de 4000 vinilos y CDs, que escucha en un sistema construido a su medida, en una sala diseñada como un templo sonoro. Entrar allí es entrar en un ritual: él elige la púa, acomoda el disco, nos señala dónde sentarnos… y entonces la música sucede. Con la misma pasión con la que enseña medicina, Juan nos indica matices y acordes sonoros que no hubiéramos percibido sin su guía. Escuchar con él es una experiencia en sí misma.
Guardo en la memoria una anécdota: en uno de nuestros viajes visitamos una sala de audio. Juan observó la disposición de los parlantes y sillones, y con su amabilidad característica hizo algunas sugerencias. Al repetir la prueba sonora, el anfitrión quedó maravillado. Yo, lo confieso, no escuché la diferencia que los melómanos advirtieron… pero la disfruté igual, porque con Juan el sonido se vuelve emoción, incluso cuando uno no entiende del todo cómo sucede.
En definitiva, en sus amigos, en sus colegas, en cada paciente, en cada discípulo y en cada gesto de generosidad intelectual, Juan deja una huella que trasciende su tiempo: la de un Maestro cuya vocación, humanidad y pasión seguirán iluminando nuestro camino.